La concurrida calle Obispo fue diseñada en 1519, sólo cuatro años después de la fundación de La Habana, y su distribución ha variado poco desde entonces. Las edificaciones no tienen más de tres o cuatro alturas, las suficientes para resguardar del sol a casi cualquier hora del día.
Es una de las zonas más comerciales de la ciudad y siempre está llena de gente de todas las edades, por lo que es un gran lugar para experimentar la atmósfera incomparable de La Habana Vieja.
Como tantas otras calles de la ciudad, su nombre ha ido cambiando según el momento histórico, hasta que en los años treinta del siglo pasado, recuperó su nombre original.
La principal arteria del centro histórico de La Habana es estrecha y peatonal, y se encuentra repleta de galerías de arte, tiendas, bancos, museos, farmacias, lugares para sentarse a comer y bares de música en directo.
Es también una de las calles con más libros por metro cuadrado de toda Cuba, con librerías como la Moderna Poesía, la Ateneo Cervantes, la Venecia, la Victoria o la Fayad Jamís, en las que se exhiben y venden las obras de maestros de la literatura cubana como Leonardo Padura, Alejo Carpentier, José Lezama Lima o José Martí, los trabajos completos de Ernest Hemingway, el Che Guevara o Fidel Castro y lo mejor de los autores cubanos contemporáneos.
La calle Obispo se extiende desde la Plaza de Armas hasta la Avenida del Puerto, muy cerca del famoso El Floridita y del monumento al ingeniero Francisco de Albear y Lara. Alberga numerosos lugares de interés, como el Museo Numismático, el Museo de Pintura Mural, el Museo de Orfebrería, el Museo Farmacia Taquechel o el Colegio Universitario San Jerónimo.
En la esquina de Obispo con Mercaderes, una de las más animadas de la ciudad, se yergue el emblemático edificio del Hotel Ambos Mundos, un lugar que de inmediato relacionamos con el célebre escritor norteamericano Ernest Hemingway.
Durante entre los años 1932 y 1939, el premio nobel de literatura residió en una modesta y pequeña habitación del quinto piso, la 511 y concibió y escribió casi la totalidad de “Por quien doblan las campanas”, “El viejo y el mar” y “Adiós a las armas”.
Visitar La Habana y no pasear por el Prado, sería como visitar París y no ver la Torre Eiffel. El Paseo del Prado comenzó a construirse en 1772, bajo el gobierno colonial del Capitán General Marqués de la Torre, y muy pronto se convirtió en el bulevar preferido por las familias aristocráticas habaneras para edificar sus mansiones.
Su primer nombre fue Paseo de Isabel II o Alameda de Extramuros, por encontrarse fuera de las murallas que protegían la ciudad.
Entre 1834 y 1838 el Capitán General Miguel Tacón amplió el paseo, alcanzando lo que en la actualidad es el Malecón. Durante estos años también se edificó el Teatro Tacón, en cuyo solar se encuentra el Gran Teatro de La Habana y el Café El Louvre, que da nombre a toda la acera.
A principios del siglo XX se erigió la Fuente de la India, el Parque Central y el Hotel Telégrafo y se cambió su nombre a Paseo de Martí, en honor al héroe de la independencia cubana, aunque los habaneros lo siguieron llamando “El Prado”, por costumbre y por su gran parecido con su homólogo madrileño.
En 1928 el arquitecto paisajista francés Jean-Claude Nicolas Forestier lo remodeló con el objetivo de convertirlo en uno de las paseos más importantes de Latinoamérica. A día de hoy, todavía cumple con el fin para el que fue concebido: ser el centro social de la ciudad.
En 1929, los obsoletos cañones de bronce que habían protegido la ciudad de corsarios y piratas durante siglos, se fundieron para crear las ocho esculturas de leones a gran escala que custodian el paseo.
En ese mismo año, se levantó el Capitolio Nacional, sede de la Cámara de Representantes y del Senado de Cuba hasta el triunfo de la revolución. Desde 1959 alberga la Academia de Ciencias, la Biblioteca de Ciencia y Tecnología y el Museo de Historia Natural.
Si buscas unas vistas impresionante del Capitolio y de la ciudad, prueba a subir a las azoteas del Hotel Parque Central o del Hotel Saratoga. Los precios son algo altos, con una hamburguesa con patatas y un refresco por unos 20 CUC, pero las vistas merecen la pena.
En la actualidad, el Paseo del Prado se extiende desde la Fuente de la India y el Parque de la Fraternidad hasta el Malecón, atravesando las zonas más concurridas de La Habana Vieja y a tan solo una manzana de la Calle Industria, que marca el límite con Centro Habana.
El Barrio Chino de La Habana es uno de los Chinatowns más antiguos y grandes de América Latina. En la actualidad, destaca por su escaso número de chinos, ya que la mayoría abandonaron la isla tras el triunfo de la revolución.
Los primeros comercios y servicios de propiedad china se abrieron en las calles Cuchillo, Zanja y Dragones en 1850, cuando miles de trabajadores de Hong Kong, Macao y Taiwán llegaron a la isla contratados para trabajar en las plantaciones de caña de azúcar y llenar el vacío dejado por el fin de la trata de esclavos.
A principios del siglo XX, unos 250.000 chinos y sus descendientes residían en las 10 manzanas que componían el Barrio Chino de La Habana, considerado el segundo más importante del mundo, tras el de San Francisco en Estados Unidos.
En sus calles había cientos de pequeñas fondas, farmacias, lavanderías, zapaterías, talleres, tiendas de ultramarinos, sederías, restaurantes, cines y teatros que representaban obras traidas de Asia. El Barrio Chino también contaba con una Cámara de Comercio, que funcionaba como Bolsa de Valores.
La comunidad china en La Habana llegó a ser una de las más prósperas e importantes de América, y sus miembros se agruparon en más de 60 asociaciones fraternales, regionales, profesionales y comerciales, algunas de las cuales aún existen.
Reconociendo el potencial turístico de la zona, el gobierno cubano invirtió durante la década de los 90 dinero y recursos en el desarrollo y rejuvenecimiento del distrito.
Se restauraron los locales comerciales, se señalizaron las calles con carteles bilingües, se comenzó a celebrar el año nuevo chino y se incentivó a los cubanos descendientes de chinos a que abrieran negocios en la zona.
En la actualidad, solo una pequeña porción del Barrio Chino está habitado por chinos cubanos y sus descendientes. La zona más animada es la estrecha calle Cuchillo y sus calles aledañas.
El enorme pórtico de entrada en la calle Dragones, recibe el nombre de Puerta de la Amistad o Puerta de los Dragones y fué construido en 1999 por el gobierno chino.
El Kwong Wah Po (Diario Popular Chino) es el único periódico que se edita en idioma chino en Cuba, tiene una tirada de 600 ejemplares al mes y va dirigido a la comunidad china, con informaciones nacionales e internacionales. Lo publica desde 1928 el Casino Chung Wah, una institución que agrupa a toda la comunidad china en la isla y que desde su fundación en 1893 ayuda a los inmigrantes chinos a resolver sus problemas.
En el barrio también existe la Escuela de la Lengua y Artes China y la Casa de las Artes y Tradiciones Chinas, un centro que celebra seminarios, exposiciones y otras actividades relacionadas con la cultura china. En 1993 se creó el Grupo Promotor del Barrio Chino, con el objetivo de mantener las raíces chinas y la historia del barrio.
El sur del centro histórico es una zona humilde, poco frecuentada por los turistas, pero cuya visita recomendamos, ya que permite conocer de primera mano el día a día (duro en muchos casos) de los habaneros. Pasear por estas calles es todo un baño de realidad.
Además, el sur de La Habana, alberga la zona conocida como el “distrito eclesial”, con algunos de los lugares religiosos más emblemáticos de la ciudad, como el Convento e Iglesia de Nuestra Señora de Belén, situado en la esquina de Compostela y Luz o la Sinagoga Ortodoxa Adath Israel de Cuba, en la Calle Acosta, a una manzana al oeste de Compostela.
El paseo marítimo del sur, conocido como la Avenida del Puerto, es una extensa vía construida en 1927 y situada en la Bahía, al borde de La Habana Vieja. El espacio se encuentra en pleno proceso de transformación, que incluirá la remodelación de la franja comprendida entre el llamado Muelle de Caballería hasta los Almacenes San José, donde se ubican antiguos edificios como la Aduana, el Emboque de Luz o el Muelle de la Madera y el Tabaco.
Desde primera hora de la mañana, un ejército de trabajadores se dedica a reparar el pavimento y plantar farolas, bancos y palmeras, alternativamente, alargando el Malecón habanero en el paseo de la Alameda de Paula y sus alrededores, hasta el antiguo Almacén del Tabaco y de la Madera.
Un paseo por la Alameda de Paula nos permite descubrir la exquisita Iglesia de San Francisco de Paula, una de las más bellas de toda La Habana, gracias a su exuberante fachada barroca, delicadas vidrieras y gran cúpula.
En los años 40 estuvo a punto de ser derribada, como parte del plan de ensanchamiento de la capital, algo que se evitó gracias a la movilización de los intelectuales habaneros, con el historiador de la ciudad Emilio Roig de Leuchsenring a la cabeza.
Más al sur, en la intersección de las calles Arsenal y Egido, se encuentra la Estación Central de Ferrocarriles, repleta de locomotoras históricas, algunas de mediados del siglo XIX, ya que Cuba contó con ferrocarril desde 1837 y fue uno de los primeros países del mundo con este servicio.
El imponente edificio de la terminal de trenes fue inagurado en 1912, como centro de operaciones de las compañías Ferrocarriles Unidos de Cuba y de la Havana Central Railroad. Su imponente estructura arquitectónica fusiona líneas sobrias y estilizadas con elementos del Renacimiento español, como sus majestuosas fachadas platerescas.
La Estación está escoltada a ambos lados por sendos restos de la antigua muralla de la ciudad, que fue demolida tras aprobarse la urbanización de terrenos en extramuros en 1863.
Al lado de la estación está el Parque de los Agrimensores, en cuyo centro, a la sombra de palmeras y ceibas se sitúa el monumento al líder estudiantil cubano Julio Antonio Mella, rodeado de varios trenes de vapor antiguos que han sido cuidadosamente restaurados.